Ruben Darío Guzzetti es director del IADEG (Instituto Argentino de Estuios Geopolíticos) e integra el Área de Estudios sobre China del CEFMA, además de ser especialista en “Estudios de la China Contrmporánea” por la Universidad de Lanús. En este artículo para Nuestra Propuesta recuerda la trascendencia que hasta nuestros días tiene aquella victoria revolucionaria encabezada por Mao y el PCCh, que dio origen a la República Popular.
Así como la frase y título del libro de John Reed, “Los diez días que estremecieron al mundo”, expresó el significado que tuvo para la historia de la humanidad la gesta rusa, el primero de octubre de 1949 y sus 76 años de revolución ininterrumpida, representan el éxito de la aplicación de la doctrina marxista leninista y su capacidad de adaptación dialéctica a las distintas realidades nacionales. Muchos se empeñaron en asociar esta doctrina revolucionaria a una receta dogmática anquilosada y pétrea.
La experiencia del pueblo chino encabezada por el Partido Comunista ha demostrado todo lo contrario, es decir que el M-L está vivo, que se renueva constantemente y que ofrece la posibilidad de acceder a la solución de los múltiples problemas que presenta la vida moderna recurriendo al materialismo histórico.
El triunfo de la revolución China y su constante desarrollo, no exenta de contradicciones, ha demostrado que es posible la construcción del socialismo de manera exitosa.
En las efemérides políticas el primero de octubre se asocia inmediatamente a Mao, a Zhou En Lai, a la Plaza Tiananmén llena de pueblo, a 500 millones de chinos y chinas poniéndose de pie, al fin de la humillación de un pueblo, a una revolución triunfante.
A medida que los avances chinos son indisimulables, los grandes medios de intoxicación occidentales arrecian planteando interrogantes: sobre qué características tiene ese proceso, ponen en duda su perfil ideológico, generan una polémica sobre si el PCCh adoptó o no la economía de mercado tal cual la interpreta el neoliberalismo, anuncian reiteradamente su colapso económico, sin embargo, hay dos parámetros que son incontrastables para medir si un sistema social y político es merecedor de reconocimiento. Por un lado el nivel de aceptación popular: hoy más del 90% de la población china, de alrededor de 1450 millones de personas acuerdan con la gestión del PCCh. El otro factor es el mejoramiento del nivel de vida de la población. Dos datos nos indican la transformación producida en el país del dragón. En 1949 el ingreso por habitante por año era de aproximadamente US$ 180, hoy ronda la cifra de 13.500. Asimismo, en noviembre de 2020 China logró erradicar la pobreza extrema en todo su territorio. Hoy su producción manufacturera industrial superó a la de EE.UU., Japón y Alemania sumadas.
Pero la transformación que vive el país no sólo cambió la vida de su pueblo sino que desde hace por lo menos dos décadas está influyendo en el destino de humanidad. Ha tomado iniciativas de alcance universal como la de “Un cinturón, una ruta”, en el año 2013, es protagonista de organizaciones claves del mundo emergente como la Organización de Cooperación de Shanghái o el BRICS Plus, es el principal socio comercial de más de 140 países, es la primera potencia económica mundial desde 2014, medida en paridad de poder de compra, pero además se ha convertido en una oportunidad para los países, que como el nuestro, sufren la coerción permanente del imperio anglosajón.
El ascenso de China explica en gran medida la desesperación y agresividad imperial que ve derretirse su hegemonía e intenta evitar su acercamiento a los países de nuestra región.
El problema de fondo y la gran contradicción, que el imperio no puede resolver, es que no puede ofrecer más que caos, violencia y guerras, mientras que China y los BRICS proponen paz, conectividad y desarrollo.
Por otro lado hay un factor económico que nos une a China, la economía de la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños es complementaria con el país oriental mientras que es competitiva con la de EE.UU.
La irrupción de China, su influencia global, su política de no injerencia y no condicionamiento político ni económico en los acuerdos, abre una posibilidad para romper los lazos de dependencia con el imperio. Como nunca antes estamos en presencia de una gran potencia que no aspira a reemplazar un tipo de hegemonía por otra sino que plantea la construcción de una sociedad con futuro compartido para la humanidad.
Alguien puede decir: esto son solo palabras. Para tener alguna certeza sobre la intencionalidad de las frases pronunciadas por los dirigentes chinos es interesante penetrar en su historia y cultura de más de 4000 años y observar el significado que le asignan a los valores confucianos y como estos se han fusionado con la doctrina marxista leninista.
China es un país gobernado por el PCCh y el lema fundacional de este es servir al pueblo, a un pueblo que tiene como premisa fundamental, desde el fondo de su historia, la conservación de la armonía y la convivencia pacífica con los vecinos y el mundo.
Por supuesto la relación con un país milenario con gran sabiduría y necesitado de recursos para continuar su desarrollo no es sencillo y requiere sobre todo una defensa de nuestra soberanía y de una imprescindible integración regional para sentarse a la mesa de negociaciones con mayores posibilidades de defender posiciones.
El imperio hace todo lo posible para alejarnos de China, no para salvarnos de algún mal sino para profundizar la expoliación a la que nos somete.
Recordar y homenajear la gesta del primero de octubre nos debe ayudar a inspirarnos para recuperar nuestra patria y ponernos de pie para ser dueños de nuestros recursos y futuro.
2025 | Partido Comunista de la Argentina. Rosario